martes, 24 de julio de 2007

De la serenidad al Alma



Yo comencé siendo un lago de serenidad, en medio de un desierto de sentimientos. Vació, obtuso, odioso. Lo fui hasta que el calor de ese infierno me alcanzo, me toco y de esa manera mi serenidad fue remplazada por la ebullición de mi interior. Esa ebullición de querer sentir algo y no poder. Entonces fue cuando decidí evaporarme, irme alto y lejos de esa falta de sentir.

Comencé lentamente a medida que la ebullición crecía. De a poco era libre, resuelto, indomable. Todo a medida que me elevaba hacia el cielo azul que por mucho tiempo supo cernirse sobre mí, y yo simplemente miraba. Ahora observo desde lo más alto el pozo en medio de ese desierto, en donde una vez fui sereno. Ahora entiendo y veo la vastedad de la falta de sentir que me rodeaba.

Voy formando nubes de mi mismo, de a poco, lentamente. Son blancas y puras, como una copa de leche o la nieve en el pico de una montaña. Estoy allí a lo alto, acumulándome. Las personas las pueden ver, buscan formas en ellas. El viento me mueve lejos del desierto, me aleja de el. Ahora me encuentro sobre un pueblo al pie de unas colinas, y allí me deja, o me quedo. Ya no recuerdo, solo se que me quede estacionado, flotando. Los observaba de lo alto, ya sabes, a las personas de ese pueblo. Lo hice por un buen tiempo.

Los veía levantarse para hacer las compras, ir al río a lavar la ropa. Arar el campo, bailar, besarse, correr por entre los árboles, pelear, casarse y cazar. Los vi vivir y morir, nacer y ser enterrados. Amar y odiar, incluso enloquecer.
Luego de todo eso quise ser como ellos.

Me deprimí por no poder serlo, por tan solo dedicarme a verlos. Era un espectador de la vida, quería saber como sentir y no podía. Allí fue cuando la depresión se transformo en ira. Pero un momento, si me deprimía, si me enojaba, si los envidiaba, sentía.
Todo el tiempo fui capaz de hacerlo y lo había obviado. En ese momento me odie a mi mismo por no haber dado cuenta que el sentir estaba en mí.

De rencor hacia mi ceguera me llene y la nubes que fueron blancas se acumularon aún mas. Ahora eran negras, cubrían todo el valle, yo había convertido el cielo de todas esas personas en oscuridad. Hice rugir el éter que nos separaba, ilumine sus caras por momentos. Truenos, relámpagos, estruendos. Todo eso surgió de mí, y en ellos vi como nunca el miedo. Vi que me temían, me odiaban. Yo les había quitado el sol y por ese momento en el tiempo su felicidad.
Ella me vio y en verdad se asusto. La vi verme y en su cara me distinguí reflejado, ya que yo también tenía miedo. Allí junto a ella llore, y mis lagrimas los bañaron, la bañaron. Cubrí sus rostros, manos, orejas y pelo. Cubrí también sus casas, sus campos, cosechas, maderas y perros.

Ella fue la única que realmente me vio. Tomo un recipiente y en el me contuvo, un parte de mi allí se encontraba. Luego tomo otro recipiente, y otro, y otro más. En el de vidrio contuvo mi cabeza, en dos blancos mis manos; en uno marrón mi pierna izquierda y en otro de barro la derecha.
Así fue que ella me almaceno y sobre su mesa de madera fue colocándolos. Formándome de una manera en la que nunca estuve. En una pequeña copa resquebrajada, a punto de romperse, contuvo mi corazón. Fue el último recipiente en llenarse. Lo miro con tristeza, y sobre el lloro. Lloro por mi, lloro. De sus ojos brotaban las lágrimas, como si fueran un manantial, el cual de a poco y con calma forma el arroyo, que forma el río, que desemboca en el mar.

La copa se desbordo y necesitò un recipiente más grande, uno para el corazón que ella hizo crecer. Cuando dejo de llorar por lastima, lloro de alegría, ya que podía ver ese corazón gigante que ante ella reflejaba su propio rostro.
Cuando dejo de llorar, tomo todos los recipientes, uno por uno. Mis manos, mi cabeza, piernas, pecho, espalda y por ultimo mi gran corazón. Y uno por uno los vació en su tina de baño. Allí fue por ves primera que estuve completo de esa manera, de la manera en que siempre quise estar. Pero faltaba algo, dentro de mí.
En ese momento ella se quito la ropa: pollera, blusa, botas, medias, sostén y calza. Desnuda se metió en la tina, tan solo su cara sobresalía a la superficie. Al instante nos unimos, yo la envolví en un arrullo líquido. Nos convertimos en uno, y ella lo hizo en lo que siempre me faltaba, en mi alma